Felicidad y juventud a cualquier precio
Las obras Revolución de un mundo, de Inés Saavedra, y Siempreviva, de Fabián Bril y Marta Delavalle, reflejan la obsesión actual por las apariencias y laexhibición de un bienestar narcisista destinada a despertar la envidia ajena
El ejercicio de la banalidad no está exento de una buena cuota de crueldad. Banalizar la vida es mirar el mundo de manera mezquina. La ética, en definitiva, es una cuestión de percepción. Conformarse con observar la realidad desde nuestras propias limitaciones, desde la pequeñez de quienes no se animan a observar al otro por encima de sus narices, deviene en cierta ceguera propensa al pensamiento único y enemiga de toda riqueza y complejidad conceptual.
Revolución de un mundo , el nuevo espectáculo de Inés Saavedra ( Cortamosondulamos, Divagaciones, Los hijos de los hijos) , expone los estragos que provoca cierto imaginario en el que la felicidad y la juventud deben obtenerse a cualquier precio, valiéndose de un lenguaje teatral depurado y preciso, que se despliega en el espacio de una vieja casona porteña. Pocas veces hemos visto en Buenos Aires una realización cuyo mérito principal radica en que los personajes dicen estupideces. Tantas estupideces que sus cuerpos se convierten también en un espejo de sus palabras. La madre, por ejemplo, excelentemente interpretada por Saavedra, confiesa que no se ríe porque se lo prohibió la dermatóloga. Ella detesta a su marido tanto como él a ella; sin embargo, a la hora de organizar una fiesta para su hija, los dos se abrazan y saludan como los presidentes estadounidenses antes de subir al helicóptero estacionado en la Casa Blanca. Mientras tanto, la hija del matrimonio padece problemas bastante serios, pero ellos no la ven. No pueden verla. Están ocupados en alimentar un narcisismo ridículo y mostrarles a los otros que son felices y lo tienen todo. Ya en la fiesta, la única que sufre es la homenajeada, al tiempo que los invitados se consagran a las frases hechas, las palabras vacías, los juegos de la sofisticación y el gusto por decir sin decir nada.
Más allá de la anécdota , Revolución de un mundo es una celebración de la muerte. ¿O acaso negar el paso del tiempo no es una de las formas de la muerte? La vida supone un camino que incluye el envejecimiento. Sólo puede congelarse aquello que carece del soplo del vivir. Ni siquiera Orfeo, que tanto amaba a Eurídice, pudo rescatar a su amada del territorio de Caronte, ya que cuando lo intentó, la perdió por mirarla y ella regresó a las profundidades del infierno para no volver nunca jamás, como cualquier mortal. Si este espectáculo es uno de los más importantes de la actual cartelera teatral, lo es porque Saavedra percibió que en la angustia de la hija está la clave para comprender que lo banal produce un efecto devastador en quienes no pueden integrarse en ese mundo vacío y sin sentido.
En otro registro, más grotesco y más trágico, Fabián Bril y Marta Delavalle crearon Siempreviva, un espectáculo teatral basado en La condesa sangrienta , de Alejandra Pizarnik, que se presenta en la sala Silencio de Negras. La acción transcurre en los años cincuenta, en una casa de las afueras de Buenos Aires donde se lleva a cabo el velorio del jefe de la familia. Pero lo que está en juego aquí no es el lamento por el difunto, sino todo lo que es capaz de hacer la viuda para mantenerse eternamente joven. Lo que ella intenta es un tratamiento cruento y casero. Pero la falta de logros inmediatos la convierte cada vez más en una figura patética y desesperada, entregada a prácticas tan siniestras como repulsivas. El espectáculo, de lograda potencia dramática, pone al descubierto el caos que suele imponerse detrás de la aparente belleza.
Revolución de un mundo y Siempreviva provienen de un mundo en el que la promoción de la felicidad y la juventud se ha convertido en un imperativo para la existencia. Pero no se trata de la felicidad entendida como un estado de satisfacción espiritual o como el resultado de logros personales. Se trata exactamente de lo contrario. A estos personajes les importa más mostrarse jóvenes y felices que acceder a la módica cuota de felicidad a la que aspiran los humanos y que se puede encontrar en cualquier etapa de la vida. Y lo que es peor: aspiran a ser inmortales. No saben que toda felicidad es posible porque es perecedera.
sábado, 13 de septiembre de 2008
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